Llevo algún tiempo reflexionando en el blog sobre los niveles
de incertidumbre en que estamos presos los ciudadanos en este nuevo siglo y los
problemas que estamos sufriendo como sociedad. Los cambios y sus consecuencias,
la afectación de los mismos en el comportamiento social, las dos crisis casi
consecutivas y la imposibilidad o incapacidad de los Gobiernos para dar
respuesta a todos esos problemas derivados de las mismas, las subidas de
precios de los alimentos y de los combustibles, así como de los precios de la
energía. Los problemas del clima y la casi nula conciencia sobre ello que
tenemos, el encarecimiento de la vivienda y los problemas de acceso a la misma,
la crisis demográfica que sufrimos y lo que afecta a una parte de nuestro país,
la crispación política y social junto a la polarización que alimentan las
grandes empresas tecnológicas con el control cada día más amplio a través de los algoritmos. El ruido de unos y otros
que experimentan y elevan a través de los medios todo lo que les interesa y que
consiguen que los ciudadanos cada día estemos más condicionados y lejos de lo
que nos interesa a todos, y la instrumentalización del miedo como nuevo
concepto para condicionar nuestro modelo de convivencia y la manipulación cada
día más persuasiva a la que estamos sometidos. Solo por enumerar
algunos de los niveles en que todos podemos reflexionar y que juntos han
conseguido un nivel de ruido que nos tiene secuestrados como sociedad al ser
incapaces de pararnos a pensar y encontrar una alternativa como país para intentar
resolver un poquito toda esta sinrazón.
En la lectura de muchas de las entradas de mi blog me reencuentro con capítulos que es como si volvieran a producirse. En ello empleo un tiempo de lectura y me doy cuenta de que hay problemas que se han convertido en permanentes. Que se repiten. Quizás por eso esta reflexión me lleva a mantener que viajamos por un mundo en el que los problemas permanecen y el tiempo avanza muy deprisa. Tan deprisa que los cambios en una década casi no lo recordamos por la velocidad a la que se han sucedido. Quizás es porque la perspectiva de estos 11 años del blog me da esa posibilidad y me permite hacer estas observaciones, pero hay problemas que podríamos decir que forman parte de nuestra vida con carácter duradero.
En alguna entrada he reflexionado sobre las estrategias de distracción por llamarlo de alguna manera a la que nos tienen sometidos a los ciudadanos. Es aquello que hemos escuchado de lo del relato y su importancia. Ganar el relato aunque sea a costa de sacrificar la credibilidad, porque no siempre lo que se cuenta es lo que realmente pasa. Por ello a veces tengo la duda de si importa la credibilidad o importa generar ruido para que se hable en términos negativos de lo que se hace o propone. Decía hace una semana que puede que en nuestro Estado de las Autonomías pese más lo de cada uno de los territorios que el territorio de todos y que la política y los políticos estén demasiado pendientes y ocupados en las estrategias y las encuestas. Puede que en estos últimos tiempos hayamos puesto en duda hasta nuestro nivel de descentralización de competencias y ahora cada uno como se suele decir, es capitán general en su territorio y no quiere que nadie le ordene.
En los últimos años estamos asistiendo a una fuerte
crispación en el terreno de la política. Podemos leer cualquier medio, escuchar
cualquier emisora de radio o ver cualquiera de las cadenas de televisión para
darnos una idea del nivel de crispación. Hoy el Gobierno emplea casi más tiempo en desmontar falsedades o bulos de los adversarios que
en explicar y convencer del porqué de la necesidad de sus políticas. Y en los
últimos años esto se ha convertido en una normalidad que está consiguiendo
que el mensaje que llega y que habla la gente poco o nada se parezca a la
realidad de lo que se pretende o se propone y esto sí que es peligroso, porque al final se pierde la esencia y la fortaleza del discurso y cuesta mucho conseguir credibilidad.
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