Hace unos días escuchaba en el Congreso las medidas para la regeneración democrática presentadas por el Presidente del Gobierno. Puede que la visita de dos gorriones a mi ventana me despistara y consiguiera perderme en lo que escuchaba, pero me daba la sensación de que estaba escuchando algo que se conocía, pero sobre lo que está claro que hay que insistir y concienciarnos por el daño que nos estamos haciendo en todos los ámbitos y también como sociedad. Después de la presentación empezó lo de siempre. No se debatió de las medidas y sí de seguir crispando el ambiente. Todos entraron a fomentar lo que cada día más los ciudadanos criticamos, pero que también nos atrapa. No me despisté, pero cambié el dial y no lo suelo hacer. Pero no quería seguir escuchando más de lo mismo. El clima político está tan enrarecido que cualquier discurso político suena vacío. La crispación nos está arruinando moralmente y nos acompaña a diario. Corremos el riesgo de contaminar el debate ya por sí hueco, en un debate de descalificaciones lleno de odios y rencores que hacen irreconciliable el debate de ideas políticas que pudieran ser complementarias o alternativas en otras circunstancias. No hay posibilidad de debatir las ideas porque todo se lleva a juzgar a las personas por ser quienes son.
Y todo esto que viene sucediendo desde hace tiempo se conoce y se reconoce por todos, aunque algunos quieran seguir negándolo. Las cosas no suceden por casualidad. Hoy en día todo está perfectamente orquestado y cada día si pensamos un poquito lo podemos comprobar. Después de conocerse las medidas del Plan de regeneración democrática varios partidos políticos lo descalificaron y le encontraron muchos adjetivos. Pocos eran en línea con lo pretendido y muchos lo denominaron como un plan para controlar la libertad de los medios de comunicación. No es que las medidas sean novedosas, pero nadie tiene voluntad hoy de debatir, sólo de descalificar y menospreciar al que hoy ya se llama enemigo, cuando sólo es un adversario. Pero como decía anteriormente, el debate de las ideas no es lo que se impone, ni de lo que se habla. Lo venimos comentando en este Puente. Esta situación es irreconciliable políticamente. Sea el Gobierno o sea la oposición nadie quiere poner el freno y tengo la impresión de que tanto unos como otros se necesitan para seguir, porque creen que así marcan distancias entre ellos, cuando las distancias las están generando entre los ciudadanos y algunos se están aprovechando de esas proclamas aunque sean desconocidos. Ahí están los resultados de las europeas.
Puede que todo lo que está pasando sea el clima acumulado de los últimos años y por ello la política tiene que recuperarse sí o sí. Para muestra de esta necesidad objetiva miremos a otros países. Siempre hubo diferencias y siempre las habrá, pero el diálogo de la sensatez y el sentido común no puede seguir desaparecido de la agenda de quienes tienen altas responsabilidades en el Gobierno y en la oposición. La crispación política nos arrastra a todos y hoy el espacio de las redes es el exponente donde se refleja esa crispación, aunque no es el único. Y todo ello junto a la desafección y el descrédito de la política, hace que nos encontremos sin saberlo como si estuviéramos secuestrados, porque todo ello termina teniendo consecuencias para la democracia y para sus instituciones.
Las personas pensamos lo que sentimos y en una sociedad donde las encuestas son las que gobiernan, se está convirtiendo en imprescindible acudir a las emociones porque estas sí son capaces de movilizarnos y conseguir que nos conectemos a la relación de la política con la ciudadanía. Es por ello que siendo el estado de ánimo el que más nos puede llegar a movilizar, la clave está en recuperarlo y convertirlo en una oportunidad. Y para ello es necesario que la política se reconecte con la vida cotidiana, con la política cercana, con la que escucha al ciudadano. Y este es el argumento de lo que se debe hacer si se quiere recuperar la confianza, porque no se puede representar lo que no se conoce por la falta de contacto y conexión, y mucho menos se puede gobernar a la sociedad que no entiende porque se dejó de compartir con ella y ahora se quiere recuperar su credibilidad.
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