He tratado de reflexionar en más de una ocasión en estas líneas sobre el peligroso ejercicio de la normalización del insulto y de la descalificación en la política. Del ambiente generado en el entorno del ruido mediático. Del peligroso ejercicio de leer las noticias sin detenernos a pensar en si el comentario o la información es cierta, lo diga o lo cuente quien sea. Del bulo y del daño que nos está haciendo por la influencia que ejerce en la ciudadanía. Del porqué rápidamente se comparte un mensaje y se consigue hacerlo viral sin detenernos ni siquiera a terminar de leerlo. De la espiral y la radicalización del mensaje para desacreditar y hacer daño al que ya llamamos enemigo, cuando sólo es adversario. De cómo hemos caído en ofrecernos a la normalidad de la crispación y de la polarización, sin tener en cuenta los riesgos que encierra caer en lo peligroso de la normalización de todo ello. No es nuevo y la prueba de que ello esté instalado en la sociedad es un ejemplo de la pérdida del sentido común y de haber olvidado el humanismo en la política. Se podría decir que la frase "todo vale" se impone, cuando ni todo vale, ni todos valen.
Esta semana el Presidente del Gobierno de nuestro país ha enviado una carta a toda la ciudadanía en el que reflexiona y denuncia sobre la falta de respeto a su vida familiar y personal. No todo vale y no vale porque como bien dice en su carta se está tratando de deshumanizar y deslegitimar al adversario político a través de denuncias tan falsas como escandalosas. Y ante este situación, el Presidente se pregunta y nos pregunta si merece la pena todo esto. Porque cuando se comparte una reflexión de este tipo, es una reflexión que debemos respondernos todos los españoles y españolas, porque tras los políticos, hay personas. Respondernos y reaccionar porque todo lo que viene pasando no puede seguir pasando porque está poniendo en peligro las normas más básicas del funcionamiento democrático y del respeto en nuestro país.
Y esos riesgos con esa pregunta-reflexión que formula el Presidente existen. En los libros de Saramago y esos Ensayos sobre la ceguera y la lucidez podemos encontrar alguna explicación sobre los peligros de no abordar esa visión cuando no nos han dejado o no quieren que veamos lo que está pasando. Lo que quizás es peor, que sabiendo a donde todo ello puede conducirnos, asistimos impasibles e indiferentes a lo que viene ocurriendo. La ciudadanía asiste en estos días a un hecho insólito. Un Presidente está llamando a la reflexión colectiva sobre las normas del respeto y la convivencia democrática, tratando de encontrar no sólo una respuesta personal, también una respuesta para que alcemos la voz y que no se sobrepasen las líneas, porque como decía Saramago todos somos responsables, aunque está claro que unos más que otros, sobre la responsabilidad de tener visión cuando esta se viene perdiendo.
Ha llegado el momento de pensar en cómo parar esta espiral. Esta peligrosa línea de considerar normal lo que no lo es, porque si no lo hacemos estaremos colaborando a que esto pueda seguir creciendo y aleje a la gente de la política definitivamente o también que los que creen que el poder les pertenece ocupen las Instituciones sin respetar el resultado de unas elecciones. Asistimos a una continuación de lo que sucedió hace poco en el país más poderoso de la tierra. Las declaraciones de dirigentes de la derecha y la ultraderecha no han parado de desacreditar utilizando todo tipo de ejemplos de desprecio hacia su reflexión y por ello creo que la crispación va a seguir. Debemos plantearnos hacer una reflexión colectiva sobre el tipo de sociedad que estamos construyendo y si creemos que debemos seguir mostrando nuestra indiferencia ante lo que viene sucediendo. Los políticos deben ser los primeros que deberían reflexionar sobre ello para encontrar un camino donde todos podamos hablar, debatir y acordar desde el respeto y el consenso, porque si no lo hacen no recuperarán nunca la lucidez y la credibilidad, como tampoco el afecto de la ciudadanía. Por ello no permitamos que los que llevan tiempo crispando e inundando de ruido todo el espacio público se salgan con la suya, porque claro que no da igual, ni somos todos iguales.
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