En el contacto con los ciudadanos comprobamos situaciones que muchas veces por este ritmo de nuestro tiempo no percibimos. Pararte a conversar y escuchar. Apreciar y empatizar. Aprender y conocer. Son algunos momentos de esos que percibes que es una de las mejores fórmulas para la relación. Porque se produce ese contacto y se transmiten emociones. Porque aprendemos de esas personas anónimas que te cuentan una historia, pero que no es cuento, porque es un reflejo de lo que pasa de forma cotidiana y que por distintas situaciones no tenemos tiempo para disfrutarlas y aprender de ellas. Quizás una de las causas de todo ello, sea que llevamos demasiado tiempo contaminados por el tiempo de la indiferencia. Opino que puede que estemos perdiendo si seguimos siendo indiferentes a aquello que nos afecta más de lo que nos parece y a lo que en muchas ocasiones no le damos importancia. Lo natural está impregnado de la sencillez y de lo humano. El problema es que escasea cada vez más y ante ello no nos podemos resignar, porque estaremos perdiendo no sólo la batalla, sino que estaremos dejándonos llevar por el individualismo y nos perderemos en la despreocupación porque quizás pensemos que no nos afecta.
En alguna ocasión he reflexionado sobre escenas y pasajes cotidianos con el argumento de aprender del río de la vida. De ese río de las emociones que son las que llegan al interior y que no pueden controlarse, porque sencillamente se notan y nos golpean en el interior. Durante estos últimos días sigo en mi proyecto de hablar con la gente. De explicar una manera de estar para hacer y no para ser. Con las razones como base de las preocupaciones y con la necesidad de seguir encontrando argumentos para elevar el proyecto de forma compartida. Porque cuando los proyectos conseguimos que se compartan, no sólo nos enriquecen, sino que nos reencontramos con más argumentos para hacer frente a la apatía y la adversidad que en muchas ocasiones consigue controlarnos hasta dejarnos llevar y mirar hacia otro lado.
Un mañana en esta última semana mientras paseaba, me llamaba la atención un ciudadano al que no conocía. El sí me sigue por las publicaciones y las manifestaciones que desarrollo o denuncio de las diferentes calles y las condiciones e infraestructuras de la ciudad. Me habló de que se dedica a pasear por varias calles y por distintos barrios, y se encuentra con la dejadez en muchas infraestructuras básicas. También me avisaba de otras cosas. Me pidió el número de teléfono y se lo pasé. Estuvimos hablando un ratito y disfruté con la conversación de una persona que estaba comprometida porque sentía que su ciudad, nuestra ciudad, estuviera en el estado en el que está. Nosotros los mayores tenemos mucho tiempo, me decía. No es normal que un ciudadano te pare por la calle y se ponga a conversar contigo y como si te conociera de toda la vida, te contara cosas muy interesantes. Me preocupa mucho nuestra ciudad y siendo muchos más cada día, parece que cada uno sólo estamos a lo nuestro y hemos perdido el sentido de estar preocupados por lo que es de todos. Me pareció una reflexión muy a tener en cuenta y se lo agradecí.
Me acerque el Día del Libro a uno de los puestos de la librería Colón. Siempre que suelo comprar alguno, me acerco a ver y hablar con estos profesionales que nos aconsejan. Me recomendaron un libro entre tres posibles. "La península de las casas vacías". Empecé a leerlo y estoy comprobando como engancha a adentrarnos en una parte de la historia. El cómo lo cuenta y por lo que cuenta que he podido leer hasta ahora, es difícil que su lectura nos deje indiferentes. Y es que quiero seguir sintiendo la necesidad de que cuando haces las cosas y te ilusionas, hasta en el silencio de la lectura te puedes permitir el conmoverte, porque las historias vividas tienen mucho que ver con nuestro presente y con un futuro que el rio de la vida te permite compartir y sentir, teniendo presente de donde venimos para saber lo que no queremos ser.