Un apagón que nos apagó a todos. Que nos dejó sin saber qué pasaba. Que sólo cinco segundos nos bastaron para volver a comprobar lo vulnerables que podemos llegar a ser. Cinco segundos que nos sorprendieron y que en ese tiempo empezamos a pensar que lo de toda la vida es casi lo único que seguía funcionando. Porque al principio estaba siendo lo único que nos decía lo que estaba pasando. Una radio con las pilas de siempre. Aquél recurso que tenemos lleno de polvo de no utilizarlo, de tenerlo guardado y que incluso habíamos olvidado que lo teníamos. Y una vez más nos dábamos cuenta de que tienen que pasar cosas como las que han pasado para pararnos a pensar en dar valor a la vida y a reflexionar que un solo momento nos puede llegar a dejar en una indefensión porque perdimos los recursos que nos facilitan la comunicación y la información. Perdimos tanto en tan poco tiempo que después de estar acostumbrados a la velocidad de la red, nos dimos cuenta otra vez de que teníamos que volver a recordar lo que ya habíamos dado por antiguo y que incluso llegamos a pensar que ya no nos serviría. Que nos dejó indefensos y sin saber. Aquella radio que teníamos oculta sin recordar dónde teníamos esas pilas que ya no compramos. Esa radio que siempre nos mantuvo comunicados por su inmediatez y cercanía. La radio de toda la vida. No, no ha sido una película ni ningún capítulo de esas series que se anticipan y que calificamos como una distopía.
Nos pilló en el trabajo y sentimos. Comprobamos como se desconectaron los equipos y miramos al cielo. Y que al momento volvió para inmediatamente desaparecer y ya no pudimos volver a conectarnos. Cuando salía por la puerta había más guardias que normalmente y me atreví a preguntar, pero comprobé que debía haber alguna reunión importante. Ahí empecé a pensar que la cosa era grave. Porque había ciertas caras de desconcierto producto de no saber qué pasaba. Los semáforos no funcionaban y en algunos cruces de calles y carretera la circulación estaba reguladas por policías. Había prudencia en los vehículos y en los ciudadanos con un comportamiento educado y responsable. Nos hemos acostumbrado a estar escuchando el ruido que cuando lo necesitábamos de verdad nos dimos cuenta de que no lo teníamos. Silencio. Más silencio, hasta el punto de que el ruido era el propio silencio. Pero ahí estaba lo de siempre, la radio. Ahí estaba el vendedor de cupones en su cabina sin poder vender cupones, según me decía. Pero tenía colgada su radio y había algunos vecinos alrededor escuchando las noticias. Ya por la tarde las terrazas de los bares se encontraban en su normalidad. Me decía el propietario del bar que había vendido más refrescos que cervezas. Se me va a acabar el hielo, me dijo.
De regreso en el coche comprobé que empezaba a ver luces en las urbanizaciones y empecé a pensar que podría iniciarse un poco la normalidad. Pero en muchos casos no había conexión y por tanto, el problema continuaba. Porque la normalidad de antes la habíamos olvidado. Quizás es aquello que nos pasó de alguna manera en la pandemia. Responsabilidad y prudencia, pero había cierta ansiedad por saber y conocer. Por saber de esos familiares, sobre todo de nuestros mayores. Y una vez más los servidores públicos dieron una lección de actitud y comportamiento. Y eso es un enorme patrimonio que tenemos como país, de responsabilidad y de civismo. Qué grande es nuestro país. Sí, a pesar de lo que algunos nos quieren hacer creer. Pero sucede que está tan instalado el ruido que casi todo hemos dejado que se contamine. Hasta nosotros mismos tenemos otro color y nos dejamos llevar por esa seta en forma de una enorme nube que sin poderla ver, nos tiene a todos controlados.
Esta semana escuché en la voz de José Sacristán el discurso que Antonio Machado preparó para su ingreso en la Real Academia Española pero que nunca llegó a leer. Escuché también el recital de Serrat que es quien mejor ha cantado los versos de Machado. Me entusiasmó y me dejó reflexionando y pensando en aquellos versos y en aquellas palabras escritas que el poeta no leyó. Quizás haya sido lo mejor de la semana. Entonces todo era dinero en metálico, en efectivo. Los versos de Machado son lecciones del rio de la vida. Esas lecciones que hemos vuelto a tener que reconocer y recordar en estos días de dificultad. Siempre tenemos que estar en disposición de caminar y de aprender. Los problemas que hemos tenido estos días deberían enseñarnos a tener siempre memoria y tener muy en cuenta que hasta lo más básico y de toda la vida, como es tener un dinero en efectivo, nos puede sacar de grandes apuros, porque la tarjeta de crédito puede ser sólo un trozo de plástico.
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