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domingo, 11 de marzo de 2018

Nada volverá a ser igual...

En estos últimos días se han sucedido manifestaciones en las ciudades de nuestro país. Hemos visto a mayores y jóvenes, a mujeres y hombres manifestarse en las calles. Siempre una manifestación suele ser un ejercicio que interpreta y da contenido a alguna demanda reivindicativa, a algún síntoma de desigualdad.
Pensionistas que después de haber estado toda su vida trabajando y cotizando para tener el derecho a su pensión y que al menos la misma le ayude a vivir con una cierta dignidad, comprueban cómo van perdiendo cada mes al producirse un incremento de miseria, que no les ayuda a soportar sus gastos.
Mujeres que después de todos los años de seguir reivindicando cada 8 de marzo la igualdad, comprueban cómo se siguen manteniendo altas cotas de desigualdad y no solo salarial.
Los pensionistas han tenido un enorme éxito en sus manifestaciones. Al contrario que los jóvenes y los manifestantes de hace unos años, ellos no han utilizado las redes sociales. Han creado plataformas, se han reunido y han llevado a cabo su decisión de forma directa, tienen muy poco que perder y con la edad de jubilación cumplida, mucho tiempo libre.
La primera huelga feminista en nuestro país ha tenido un éxito sin precedentes. No por los datos propios de la huelga en sí, que también. El solo efecto de la convocatoria y su repercusión así lo ha puesto de manifiesto con un amplísimo eco a nivel internacional.
El día 8 de marzo de 2018 ha marcado un punto de inflexión en la lucha de las mujeres porque la igualdad legal todavía no se ha traducido en una igualdad real. Después de este día creo que nada volverá a ser igual que antes. Podríamos decir que se ha iniciado la etapa de la marcha definitiva para conseguirla. Este día quedará marcado como el día que marcó un antes y un después. Así será recordado para la historia.
Asistí junto con muchos extremeños y extremeñas a una de las manifestaciones en una de nuestras ciudades. Hacia tiempo que no se producía una manifestación tan llena de color y de sentido reivindicativo. Pancartas realizadas a mano. Un trozo de cartón o papel, un rotula con el que seguro se ha pintado una frase. Y qué frases. Las había con muchísima imaginación. Con mucha conciencia y sensibilidad, también algunas con mucha ironía, pero todas reunían una misma cosa: todas habían sido hechas a mano, improvisadas o no, pero todas con un criterio espontáneo y de libertad individual. Una de las que más me gustó decía: ser joven y no ser revolucionaria es una contradicción hasta biológica. Otra con Mafalda rebelándose contra el mundo que decía: Paren el mundo que me quiero bajar. La sujetaba una chica joven. Había muchos jóvenes en la manifestación y eso era una de las mejores señales para el futuro. Más chicas que chicos y que juntos, conformaron un auténtico clamor en las calles. Un clamor que los gobiernos, da igual el color, deben interiorizar y escuchar. Porque después de este día hay que actuar y empezar inmediatamente a legislar en pro de la igualdad real. No hay que esperar a un nuevo 8 de marzo para entender lo que ha pasado en este. No nos lo podemos permitir, entre otras razones, por todas aquellas mujeres que no pudieron estar en la calle gritando por la igualdad.

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